viernes, 3 de mayo de 2013

Un día en cualquier lugar

Siempre me gustaron los paseos por la Capital; visitar un museo, sentarme en una plaza a veces con mate, a veces a fumar, recorrer el barrio de Once o San Telmo y sus callecitas llenas de tango, parar en algún bar a terminar los crucigramas o un libro sin empezar. En algún punto es reconfortante ese no sé qué de la ciudad. Las caminatas sin rumbo me ayudan a pensar y me animan a volcar las conclusiones en el papel. Quizás sea un poco la soledad o el sentimiento de y no la soledad en sí misma porque, aunque uno se sienta solo en algunos momentos, casi nunca lo está y sin embargo uno se siente como se siente aunque no quiera y no lo puede controlar. Es un buen ejercicio la soledad, también te ayuda a pensar. Desconfío de la plenitud personal de aquellos que nunca estuvieron o se sintieron solos y de los que siempre tuvieron a quien amar sin extrañar ¿O acaso es posible saber sobre lo más profundo de sí mismo en plena agitación y caos del día y el amor y lo demás? Será que después de tanto extrañar ya no es fácil imaginarse la vida sin esa angustia que te carcome las noches y los pensamientos y los paseos por la Capital. Es un buen ejercicio extrañar; un poco te hace reaccionar. Por eso será que no entiendo cuando alguien me cuenta de la tristeza que le provoca la ciudad o la melancolía y las ganas de volver si un sinfín de posibilidades en nuestras manos debería ser suficiente para subirse a un colectivo y pedirle un boleto hasta el final de la línea y sentarse junto a una ventanilla si se puede, mirar a la gente pasar, sonreír con cada canción, jugar con las historias de un pasajero y sonreír otra vez, pensar, acordarme de vos y creer que no todo está tan mal, que estuvo peor y bueno, sonreír sin mas, mejor. Qué lindos los paseos por la Capital.

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