viernes, 26 de agosto de 2011

Graffiti, Julio Cortázar.

Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar el dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta de que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, ningún carro celular en las esquinas próximas, acercarse con indiferencia y nunca mirar los graffiti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote enseguida.

Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de las cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término graffiti, tan de crítico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos.


Gracias, Julito, gracias por tanto.
Todos mis papeles inesperados son tuyos.
Feliz cumpleaños, gran cronopio.

miércoles, 24 de agosto de 2011

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges.

Al adquirir una enciclopedia

Aquí la vasta enciclopedia de Brockhaus
aquí los muchos y cargados volúmenes y el volumen del atlas,
aquí la devoción de Alemania,
aquí los neoplatónicos y los agnósticos,
aquí el primer Adán y Adán de Bremen,
aquí el tigre y el tártaro,
aquí la escrupulosa tipografía y el azul de los mares,
aquí la memoria del tiempo y los laberintos del tiempo,
aquí el error y la verdad,
aquí la dilatada miscelánea que sabe más que cualquier hombre,
aquí la suma de la larga vigilia.

Aquí también los ojos que no sirven, las manos que no aciertan las ilegibles páginas,
la dudosa penumbra de la ceguera, los muros que se alejan.
Pero también aquí una costumbre nueva,
de esta costumbre vieja, la casa,
una gravitación y una presencia,
el misterioso amor de las cosas

que nos ignoran y se ignoran.

El amenazado

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, el joven amor de mi madre, la sombra militar
de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se rompe sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las
ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oir tu voz, la
espera y la memoria, el horror de vivir en los sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. 
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
 
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto) 
El nombre de una mujer me delata. 

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

martes, 23 de agosto de 2011

Oscuridad interrumpida

Se detuvo en seco en medio de la habitación oscura y miró a su alrededor. Había dado tantas vueltas que ya no se encontraba, que ya no se miraba, aunque sólo quisiera un poco de luz. El interruptor parecía tan lejano que no tuvo el coraje para estirar su mano y buscarlo, simplemente se sentó sobre la alfombra gastada y lloró. Lloró porque se sentía perdida y lloró por ese interruptor que, sentía, nunca iba a encontrar.
Es tan difícil la ciudad cuando no nos vemos y lo es tanto más en la oscuridad que cualquiera se sentaría solo a llorar, sin pensar demasiado, pero simplemente llorar. Sus miedos eran tan fuertes a veces que llorar era la única manera que conocía para que no se apoderan de todo lo que era. Quizás no era el miedo a encontrar el interruptor sino a todo lo que ello significaba. ¿Qué pasaría cuando prendiera la luz? ¿Qué pasaría si en ese momento no le gustaba lo que veía? ¿Es posible olvidarse de esa imagen, volver atrás, sumergirse nuevamente en la oscuridad y negar lo que se vivió? Creía que no y por eso el miedo.
Sentía las lágrimas correr por su cara. Hasta su nariz, ligeramente respingada y típicamente helada, estaba caliente y podía sentir las lágrimas frías dibujando senderos sobre su piel. Era un llanto angustiado, silencioso, de esos que nadie parece notar. Era casi como si no estuviera llorando, aunque le parecía que lo había estado haciendo toda la vida. La tristeza del momento era innegable. El miedo y la tristeza siempre fueron buenos compañeros de guerra. El miedo era tangible. Poco a poco las lágrimas fueron secándose en los senderos que habían dibujado. El miedo seguía ahí pero ya no lo podías ver porque las lágrimas no estaban.
Todavía sentada, las manos en la cara y temblando, supo que debía estirar su mano y buscar el interruptor. No quiso caminar demasiado en la habitación porque estaba oscuro y en cualquier momento uno puede caerse quizás golpearse el dedo chiquito del pie con una cama y ahí arrepentirse de haber intentado buscar el interruptor, así que se quedó parada en el mismo lugar en el que se había sentado. Pensó que si finalmente encontraba el interruptor, aunque no le gustase lo que viera después, siempre podía volver a apagarlo y sentarse a llorar.
Esta vez ya no pensó en los espejos que la esperaban en la profunda oscuridad ni en lo perdida que se sentía. No pensó en cómo desandar las baldosas que había caminado. Volvió a mirar a su alrededor y tomó el coraje que antes había escondido en tras su orgullo durante tanto tiempo. Quiso mirarse las manos antes de hacerlo pero la oscuridad no se lo permitió. Estiró el brazo hasta la pared pero no lo encontró. Buscó en toda la pared, buscó en el suelo y hasta dentro de los cajones pero el interruptor no estaba. Todo eso que tanto había temido en realidad no estaba ahí pero, justo cuando creía volver a llorar, lo vio. Abrió los ojos y lo vio. Ahí estaba, el espejo y toda esa luz.
No era un interruptor pero podría haberlo sido. Es tan difícil la ciudad cuando no nos vemos y lo es tanto más en la oscuridad que sólo bastaba abrir los ojos para verse y encontrar.