viernes, 2 de diciembre de 2011

En rojo y blanco

Hace rato que quiero escribir sobre esto pero no sé cómo. Siento que desde ese día ninguna palabra expresa lo suficientemente claro lo que siento. Cada día es distinto.

Todos los días soy un poco más de River. Digo que cada día es distinto porque cada día soy un poco más de River. Me siento acompañada en este sentimiento porque sé que muchos hinchas lo viven así. No es que alguna vez me haya sentido “menos” de River. O sí. Quizás menos hincha, no sé. Me gusta el fútbol desde siempre, o al menos desde siempre que recuerdo. Iba a la cancha con tres amigas de la Primaria; trece, catorce años tendría. Después de eso y durante muchos años el fútbol, River, pasó a un segundo plano en mi vida; a veces, a uno mucho más remoto que ese. Ahora, en cambio, no puedo pensar en otra cosa. Mi vieja dice que estoy loca.

Me despierto, River, me pego una ducha, River, salgo al trabajo, River, no me puedo concentrar, River, vuelvo a casa manejando en hora pico, River. Vengo por Libertador y doblo en Echeverría hasta Figueroa Alcorta derechito hasta el Monumental y ahí River otra vez. Ahí River de verdad. Se volvió mi recorrido de cabecera para volver a casa. A veces vengo a la confitería por el solo hecho de estar un ratito a la semana en el club. Me pido algo para tomar y me siento, miro a la gente, leo un poco las noticias. Puedo estar quince minutos, cuarenta o dos horas.

Tuve que esperar veintiún años para hacerme socia de River. Yo tengo cuatro hermanos y, aunque fue mi viejo el que nos hizo hinchas de la Banda, no podíamos hacernos socios todos así que esperé. Esperé a ser lo suficientemente independiente como para poder pagarme yo sola la cuota y un día fui a River. Fue hace poquito, hoy hace un mes. Ese día me sentí más hincha de River que nunca. No recuerdo haber sido feliz de una manera tan simple y tan intensa a la vez en otro momento. Uno de los días más felices de mi vida.

Hasta acá puede parecer que no estoy escribiendo sobre eso en concreto pero ahora va. ¿Eso? River, una sucesión de malas campañas, una sucesión de malas dirigencias y el final fatal.

Estoy sentada en la confitería y no puedo creer cómo entre estas paredes que algún día supieron ser testigos de las glorias de Amadeo, el Beto, Pinino, el Charro, Angelito o el Enzo –entre tantos más-, hoy exista tanta angustia, tanta impotencia y dolor. Angustia real, de la que te oprime el pecho, no de la de haber quedado a mitad de tabla en un campeonato. “River querido, ¿qué te hicieron?”, me pregunto cada vez que el equipo sale a la cancha aplaudido por miles de hinchas que suplican por verlo ganar. Millones, no miles, de hinchas que suplican verlo volver; volver a ser esa gloriosa Banda que alguna vez fue, ser la casa de ese despilfarro de victorias enaltecidas por el fútbol, fútbol del bueno. Volver a ser la casa de millones de corazones ensanchados con la alegría del domingo; esa casa que es un derroche de historias y de hazañas, de batallas ganadas. Volver con la frente en alto y siendo de River más que nunca.

Mientras estoy en la confitería me surgen todas estas ideas. Quiero escribir y agarro lo primero que encuentro. Ya fue, escribo en las servilletas. Justo entra un vientito por la puerta y tengo que soltar la lapicera para no perder todo. No es fácil plasmar las ideas en papel y mucho menos los sentimientos. Acomodo todo y sigo.

Ese día fue para mí tan difícil como para cualquier otro hincha, claro está. Leí historias sobre gente que estaba en la cancha, otra que estaba fuera del país, otros que lo miraron desde el sillón de su living. El día que River jugó el partido de revancha contra Belgrano estábamos visitando a una familia amiga en Acasusso. Una familia amiga hincha de Boca. Tenía que ser una joda o algo pero no lo era. El gol de Pavone lo grité en la mesa cuando almorzábamos. En ese entonces mi vieja también pensaba que estoy loca.

Mientras el partido llegaba a los noventa minutos, y yo lloraba desde el gol de Belgrano, se me acerca la hija de nuestros amigos y empieza a reírse. Me senté al borde de la cama, me agarré la cabeza y seguí llorando. No podía estar pasando esto. No me podía estar pasando esto tampoco. En esos segundos que me parecieron una vida, Benja, el más chiquito de la casa, me acarició el pelo y le dijo a la hermana: “Martu, no la molestes a Viki que está llorando porque River se fue a la B”. Cuatro años y ahí estaba, dándome la noticia que nadie quería recibir. Lloré un rato largo.

"Ese" día, ja.  Pareciera que todavía la palabra “descenso” tiene algún tipo de maleficio, un conjuro que la vuelve impronunciable. Ese día sentí que estaba lejos de casa y sentí mucha impotencia. Estaba ahí sin poder hacer nada y River se había ido a la B. Ya nadie podía hacer nada. El daño es irreparable y la mancha en el expediente es permanente. La B. River querido, ¿qué te hicieron?

Ya escribí casi diez servilletas y me siento mucho mejor. Yo quería compartirlo con ustedes, con alguien, con todos. No espero que muchos me entiendan pero sí sé que muchos lo van a hacer. De a poco va bajando el sol y las mesas siguen llenas, la gente sale y entra todo el tiempo. Miro la hora y me levanto. Caminando por el anillo, escucho a un señor silbando cantitos y sonrío. Yo no me quiero ir pero tengo que volver a casa. A mi otra casa porque ya estoy en casa.