lunes, 20 de diciembre de 2010

Un rato mientras tanto

Quiero que seas mi mientras tanto y mientras esperamos que me busques en cada cuarto de tu casa, que me encuentres en la cocina, que te espere en el sillón. No quiero ser tu todo el tiempo porque es suficiente el cada tanto.

Quiero ser tu mientras tanto y que sólo nos busquemos las manos, que no nos miremos a los ojos y que nos busquemos las manos porque en las manos está todo dicho. No quiero que seas mi por siempre para siempre si sos sin versos ni rima.

Quiero que seas mis varias copas, que seas mi poca ropa y olvidarme de tu nombre en la mañana, que no sos mi todo el tiempo ni mi hasta mañana. No quiero ser tu para siempre si hoy ahora alcanza.

Quiero ser tu mientras tanto y mientras esperamos seguir jugando a no ser nosotros, a ser sólo un rato. No quiero que seas mi domingo a la tarde si te quiero de a besos en la madrugada.

Quiero que seas mi mientras tanto y mientras esperamos que me busques donde quieras buscarme, que te espero de a poca ropa y un rato porque toda la vida no nos alcanza.

lunes, 8 de noviembre de 2010

After such pleasures, Julio Cortázar.

Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.

sábado, 16 de octubre de 2010

Juego a bailar

De repente te guardo en un cajón
para que un día puedas recordarme quién soy
para que ya no me olvide de mí
porque a veces me olvido,
me pongo una máscara y juego a bailar.
Soy un poco la reina de todos
y el corazón de ninguno.
Juego a bailar, sin atarme a nada,
a llenarme la boca de besos
hasta que vos salís del cajón
con un te quiero que casi mata.
Ya no nos queremos, eso es claro,
pero volvés para recordarme cómo soy
qué quiero,
porque en realidad me importa
bastante casi todo.
Pero me lo recordás y yo puedo
volver a pensarlo, darme una segunda
oportunidad
no conformarme tanto, que sí me
importa casi todo.
Quizás ahora ya estoy lista
para dejar las máscaras, los juegos
y volver a bailar de verdad. Quizás
ahora ya es tiempo
para que me vuelvan a romper el corazón.

jueves, 12 de agosto de 2010

Casi de día

No era difícil perderse en esos ojos; no era difícil perderse en ese vaso tampoco. Sus ojos y sus manos, indistintamente, buscaban el vaso; inconscientemente se buscaban las manos.

No era difícil perderse en ese vaso, era tarde y a ninguno le importaba perderse un poco. Podía ser el efecto de tanto vaso que iba y venía o del calor del mar en esa madrugada de enero pero era el efecto de todo, eran las ganas de cualquier cosa, de las manos. Los ojos se buscaban casi tanto como su manos y el vaso servía de excusa; las manos casi tanto como sus ojos, el vaso que iba y venía. Él un poco perdido; ella un poco mareada, casi sin quererlo, casi sin saberlo, y los ojos cerrados, se dejaron caer en el sillón. El mundo iba demasiado lento o demasiado rápido casi sin importar pero, como si fuesen los únicos que quedaban en él, todo fue silencio para poder abrir los ojos. Era tarde, se habían ido todos y el mundo fue silencio; todavía se buscaban las manos y más sin entender que entendiendo, en ese mundo que no era de ellos pero era silencio, se acercaron y él la besó.

Fueron los primeros de mucho minutos eternos, silenciosos, casi sin existir; casi sin entender. La llevó por las escaleras, las manos se encontraban y aunque ella no supiera si debía, lo dejó llevarla. No podían verse pero casi girando, casi de a poco, casi de día, lograron encontrar su cama; sentados, se abrazaron y los besos que siempre serían color naranja esa noche sólo eran de un mundo en silencio, de un vaso que había ido y venido demasiadas veces (tantas como para que él le pidiera que no se arrepienta al otro día, no las suficientes como para que ella supiera que no iba a hacerlo).

2009, algún día de enero, cerca del mar.

lunes, 9 de agosto de 2010

La canción y el poema


Hoy que el tiempo ya pasó,
hoy que ya pasó la vida,
hoy que me río si pienso,
hoy que olvidé aquellos días
no sé por qué me despierto
algunas noches vacías
oyendo una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.

Quisiera morir, ahora, de amor
para que supieras
cómo y cuánto te quería.
Quisiera morir, ahora, de amor
para que supieras...

Algunas noches de paz,
si es que las hay todavía,
pasando como sin mí
por esas calles vacías;
entre la sombra acechante
y un triste olor de glicinas,
escucho una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.

Quisiera morir, ahora, de amor
para que supieras
cómo y cuánto te quería.
Quisiera morir, ahora, de amor
para que supieras...

-Idea Vilariño, 1972-
(musicalizada por Alfredo Zitarrosa)

jueves, 22 de julio de 2010

De qué se hace el mundo


Intentar no caer en las estructuras
en las estructuras
no caer en las
no caer en las escaleras, no buscar las
escaleras
correr hacia la puerta, no mirar la ventana
buscar las puertas, todas las puertas
y ¿no caer en las estructuras?
entonces busquemos ventanas, busquemos escaleras
busquemos alcanzar el techo, o encontrar un
laberinto con una llave para salir
y no caer en las estructuras,
no caer en las
no caer en las fosas, no caer en las fosas y en los pozos
y despertar sin paredes y sin techo,
que no haya techo,
despertar sin estructuras
despertar sin
despertar sin prejuicios, o sin estructuras, es igual.

lunes, 5 de julio de 2010

En el medio de la noche

dejo este frío de la nada
para aprender a
mirar, para
sentarme en tu balcón
antes de que amanezca
con un par de
palabras a mitad de
camino. quizás para
aprender la vida
y sólo eso, para mirarte
mirar.
dejo este frío de la nada
y abro la ventana para
sentarme a
esperar
un par de palabras
que te vas a olvidar,
para recodarte mañana
que te acuerdes
de mí, que agarres una
guitarra, que toques una
canción. que te acuerdes de mí.
y dejo este frío de la nada,
e intento volver
a empezar
para agarrar un cuaderno
y terminar unas
cuantas palabras que
dejamos atrás,
que salieron por la ventana, que
saltaron por el balcón.
dejo este frío de la nada,
ya no necesito
ese balcón
ni busco una ventana,
ni me sé tu canción,
ni te acordás de mí
pero aprendemos
a mirar
y ya no quedan palabras,
pero tampoco faltan.

casi siempre sobran.

viernes, 28 de mayo de 2010

Reloj sin fantasmas (primavera mental)

Que si vas, que si volvés, que no siempre es fácil saber en qué baldosa estás parado. Prácticamente inmóviles vuelan unas agujas del reloj que no te dan tiempo de descuento; que la vida no te da tiempo de descuento, casi que no hay tiempo para parar a pensar. Unas agujas que buscan refugiarse en tu cabeza y vos no sabés si el reloj está parado o los minutos siguen corriendo, porque no siempre es fácil.

Están los fantasmas que te vuelven loca; está el viento, el frío que se siente en la tristeza de una madrugada en el sillón, de una cara empapada de recuerdos, de pedazos de alma que no sabemos si todavía están. Están los fantasmas y está el tiempo, porque sólo con tiempo los fantasmas (o los recuerdos fantasmas) deciden volar lejos del presente y volver a ser pasado; dejar de ser fantasmas y ser sólo recuerdos. Sólo con el tiempo aceptamos que hay fantasmas, y con muchos más relojes aprendemos a dejarlos ir.

No siempre es fácil, saben hacerlo difícil porque tienen memoria y no conocen el olvido. Son los fantasmas que te vuelven loca cuando es de noche, cuando sólo escuchas el sonido (o el ruido) de tus pensamientos, cuando sólo es posible escucharse a sí mismo. Sólo con el tiempo aprendemos a escuchar fuera de las de esas paredes, fuera de los fantasmas, y con muchos más relojes aprendemos a sonreír.

Cuando entendemos que la vida no te da tiempo de descuento y que casi que no hay tiempo para parar a pensar, el frío de madrugada se hace primavera (primavera mental); es entonces cuando dejamos ir los fantasmas y aprendemos a sonreír.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Los ojos cerrados (onomatopeyas)

Tic, tictic, tic, tictic, tic, tictic, tic, tictic seguía sonando en su cabeza y no quería abrir los ojos. “Que pare”, pensaba. Pero la canilla seguía goteando y no iba a parar. Tic, tictic, tic, tictic, tic, tictic.

Dio unas vueltas en la cama, la almohada que giraba en sus pies de un lado a otro y las sábanas enredadas casi que le pedían que se quedara, siempre los ojos cerrados. Seguía pensando en el agua, en las gotas de esa canilla que venía torturando su sueño hace varios días, que todas las mañanas empezaban igual. Seguía pensando en lo desordenado de sus pensamientos, tanto como para poder pensar sólo en una canilla, en el agua. Seguramente hubo un tiempo (uno pasado, o uno de ayer, o hace minutos, no sabía bien) en que pensaba más allá de las gotas, en que su mente estaba lo suficientemente en calma como para no registrar las gotas; pero no era este tiempo, ya no existían esos minutos.

La luz se escurría con paciencia entre las persianas del departamento y éste se empezaba a llenar de ciudad con los ruidos de la gente que ya salía a trabajar (y pensaba “que pare, por favor, que pare” como si eso detuviera el correr de las gotas –de los días, de la vida). Ya no había lugar para las vueltas en la cama porque cuando la ciudad entra en ritmo te deja afuera y no hay nada que se pueda hacer más que quedarse mirando a la gente pasar (mirar desde un costado, mirarla correr y empujar hacia atrás con angustia unas agujas que –sabemos- no podemos mover).

El tiempo que había pasado desde que su departamento era sólo silencio ya no lo sabía. Ella se había ido una mañana como hoy sin siquiera llevarse sus cosas (seguían ahí, en la caja, en un ropero sin llave) y desde ese momento sólo sabía escuchar pasos y gotas, ruidos que apenas significaban un desequilibrio emocional u otras tantas cosas que él no podía saber. El tiempo que había pasado no lo sabía porque había dejado de saber lo que era el tiempo (como si nosotros pudiéramos saber qué es el tiempo, si es una palabra o mil imágenes u otro mundo, o el mundo, nosotros tan insignificantes en tanto mundo); es que también había dejado de saber.

La almohada rodó hacia el piso y el silencio era tal que se oyó retumbar entre libros y zapatos tirados junto a la cama. Los libros apilados se desmoronaron y los zapatos siguieron ahí, sin usarse durante días porque no los necesitaba para estar ahí escuchando gotas, escuchando los pasos afuera en el pasillo. Las gotas seguían casi por instinto en su tic, tictic, tic, tictic, tic y quiso que paren; desenredándose de sus sábanas (pero sólo de ellas) llegó a la cocina y abrió la canilla, donde dejó correr el agua así no era más tic, tictic, tic, tictic, tic pero sí srhsrhshsrhhhhhh como hacen las canillas cuando corre el agua. Su cabeza era todo tic, tictic, tic, tictic tic entre tanto silencio en realidad, entre tanto piiipiiiii ruuuuumrum de los autos en la calle, de los pasos de taco alto tac tac tac en el pasillo, de un vecino y la guitarra sol la re mi (pero más notas no sabía), de tanto srshhsrhhhsrhhh del agua que ahora corría; su cabeza era todo.

Siempre había silencios rodeados de ruidos, pero porque un ruido no es lo mismo que un sonido. Un sonido era como su risa la noche anterior a la partida; ruidos su cabeza entre tanto silencio ruidoso, de todas las palabras que no dicen nada que no buscan nada, que blablablabla cuando sólo es suficiente un shhh o simplemente (nada), sólo eso. De tanto silencio ruidoso de que cuántas veces te encontraste solo enredado entre tus sábanas, con el mundo tan lleno de todo, tan lleno de gente que estás solo (con tantas palabras que sólo necesitás una risa).

martes, 20 de abril de 2010

Es en el camino al cielo donde perdemos lo que deberíamos encontrar

Me distraje con la luna mientras buscaba mirarte. Iba caminando despacio para no perder de vista la forma en que te movés pero la luna estaba más tímida y brillante que nunca; yo me distraje porque ella se escondía entre las nubes y no quería que se fuera.

Quería seguir mirándote pero ya no estabas. Escuché tus pasos perderse entre la noche y supe que ya no estabas; ahí supe que no volvías.

Será que son esos momentos de distracción los que desarman nuestra vida sin que nos demos cuenta; que por mirar para otro lado, o por querer llegar al cielo sólo mirando, nos perdemos de vista con quienes deberíamos estar mirándonos.

sábado, 17 de abril de 2010

Podés


o enamorarte y aceptar las consencuencias.
Saber que te vas a volver un poco estúpida, vas a sufrir, te vas a reir, vas a llorar, vas a ser feliz, te vas a pelear y arreglarte de vuelta, vas a salir a tomar un helado, vas a quedarte en tu casa a ver una película, te vas a poner celosa, él se va a poner celoso de tus amigos, te van a besar, vas a abrazar, vas a llorar, vas a reir y te vas a despeinar (como dice la publicidad); pero te vas a enamorar, por sobre todas las cosas y sin restricciones, con pleno convencimiento de ello.

o no permitirte enamorarte y perderte de todo eso, aunque también implique llorar un poco.

... como si las cosas lindas de la vida no necesitasen esfuerzo para poder alcanzarlas.

lunes, 12 de abril de 2010

Caminar saltando (si se puede)


Quizás quieras buscar en el fondo del cajón las sonrisas que tenías cuando todavía no te habían roto el corazón y, cuando el mundo te lo pida, salir a la calle cantando con la felicidad que canta un niño. Casi nadie puede decir que no le rompieron el corazón, así que todos podemos buscar en el cajón y salir un día a caminar saltando.

Yo supongo que hay algunos cajones que no tienen fondo o que se rompieron y las sonrisas desaparecieron. Supongo que el mío es uno de esos y que las pesadillas aparecen en en el momento que no puedo encontrar ese "antes" que hace la diferencia cuando estás mal; por eso me despierto con dolor de cabeza y el resto del día casi no puedo existir.

no me salió salir a la calle a caminar saltando porque las sonrisas están tan al fondo que no llego.

domingo, 28 de marzo de 2010

Jungla

Debería escribir pero las letras están atrapadas entre mis dedos; mis pensamientos no las dejan salir. Es el remolino cotidiano de palabras y sentimientos, el laberinto que se hace en la ciudad, que no me deja pensar (como si la jungla ya no fuera un caos).
Es la ciudad, porque él es la ciudad. Él es el remolino.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Noche de paz

Cuando miré de vuelta mi mano sólo encontré marcas de lo que había sido, aparentemente, una noche difícil. Debo haberme caído sobre una botella rota mientras intentaba dejar atrás mis sombras: los vidrios todavía podían verse entre las cicatrices frescas en la palma de mi mano izquierda y tenía los codos llenos de raspones, como si con ellos hubiera aterrizado sobre el asfalto mojado cerca de aquel río.
Tengo la cabeza en otra parte y no lo puedo disimular. Busco desesperadamente un lugar en donde pueda sentarme a respirar, mi corazón late acelerado y los ojos no me paran de llorar. Intento casi con violencia limpiarme la sangre de las manos en el pasto; tengo demasiada. El cuerpo de Luque todavía debe estar entre las piedras del río, seguramente nadie lo encontró aún y yo, aunque tengo la cabeza en otra parte, todavía tengo el corazón ahí.
No sé si quise matarlo pero él me agarró tan fuerte que tuve que empujarlo para que me soltara. Yo buscaba defenderme, no me dejó opción. Cuando llegue la policía voy a poder decirles eso: nadie puede culpar a otro por querer escapar de su propio infierno, uno que Luque había inventado. Si esa noche no me iba de casa, él me iba a matar a mí.

Ahora mi cabeza está tranquila y mi corazón conmigo. El juez no creyó que yo buscara defenderme pero por lo menos ahora puedo dormir en paz.

jueves, 4 de marzo de 2010

No era arcoiris

Existen días de todos los colores. Lo dice una publicidad, creo; yo ya lo sabía. Se dice que son negros si es un mal día y rosas si son perfectos.
Mis días son casi siempre celestes, buenos o malos son celestes.
Si llueve es casi azul; si hay sol, celeste cielo.

Existen días de todos los colores. Yo quiero los míos celeste cielo. El cielo es el límite.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Sobre esperar (y que las horas no se hacen, los minutos que son días)

Y ahí cuando doblaba la esquina, parecía alejarse de todo aquello o sólo de eso. Se alejaba de ese tiempo y esa persona que alguna vez había sido o de esa otra persona que una vez había querido. Esa esquina. Cuando caminaba en otra dirección podía darse cuenta que todo iba cambiando y que quizás, y solo quizás si, podría dejarse llevar por eso y asumirlo. Asumirlo más allá de todo y de todos. Caminaba sólo por el placer de caminar y así se daba cuenta de eso.

No era como si alguna vez hubiera estado ahí, caminando así dando esos pasos; las baldosas que miraba decían otra cosa, que mientras chocaba con la gente que venía de frente entendía lo absorta que estaba en esos pensamientos y ahí darse cuenta de cuán importante eso era. Después no estaba tan segura del todo, pero sabía que si había estado pensando de esa manera por algo era, y zas, ahí volvía a comprender que sí. Que sí eso, que era importante, y que como toda cosa importante, y más aún estas cosas, hay que esperar y sufrir. O al menos no sufrir, pero esperar (como si el esperar no fuera sufrir para algunas personas).

No es ese tipo de sufrimiento con lágrimas y sangre sino más bien de gotas de sudor, de estar sentando moviendo un pie, agitado, contando los minutos que son días y mirando el reloj; ese reloj, esos minutos encerrados en agujas. Las que se transforman en gotas de sudor, ahí te pasás la mano por la frente y uf, el calor. Pero los minutos no pasan, porque son días, y no se hacen horas, no se hacen. Ahí están. Entonces te detenés. Volvés a doblar la esquina, pensás qué pasaría si pudieras revertir los pasos que acabás de dar. Volver para atrás, volver, pisar otra baldosa, la de antes, pensar, sufrir. Y gotas de sudor, mover el pie sin pensar, es una reacción más, otra más y mirar las agujas de un reloj que ahí está.

Cuando llegaste y me miraste, y todo se hizo desastre, ahí. Con una sola vez que me hayas mirado me di cuenta que no podía caminar para atrás esas baldosas. Los pasos que di ahí estaban, y estabas vos mirándome, cómplice, sin saber que andabas baldosas que jamás volverían a desandarse; jamás por un reloj que ahí está, omnipresente y que aunque los minutos son días, no vuelven.

Y estás vos, vos. Mirándome, cómplice de vuelta, te reís. Y todo se hace desastre, y eso, y los minutos, y pensar y sufrir, mirarme. Por eso cuando doblé la esquina entendí que me alejaba de muchas cosas y muchos quiénes, pero ahí estabas vos, que de una forma u otra hacías todo un desastre pero ahí estabas, mirándome, mirando el reloj.

04/02/09

martes, 2 de marzo de 2010

Días que se escapan

"Hoy no parece sábado".
Decía eso, lo pensaba. Hoy no parece sábado. Y no, de hecho no parecía.
Corría todas las semanas; martes, jueves y sábados, uno que otro lunes quizás. Pero ahora corría y no parecía sábado y, aunque no sabía bien qué día podía llegar a ser, tenía la sensación de que no hacía falta saberlo. De repente vivir sin días estaba bien. Vivía sin días porque sabía que cuando los quisiera de vuelta podía pedírselos a alguien, tomarlos prestado, volver a la rutina y quizás recuperar los suyos si le gustaban.
Sus días ya no eran suyos del todo, lo eran pero no enteros. Ahora eran muy de otra persona, muy de él. Muy de los dos cuando se veían. Pero se olvidaban que era sábado. Se olvidaban de la hora y podían ver atardecer o amanecer indiferentemente, riéndose, despeinados.

sábado, 27 de febrero de 2010

Vas a decidir.

Vos dirás qué tan fácil es animarse al cambio. Vos que te animaste quizás lo sabés. Vos, porque tardaste tanto en decidirte, sabés que realmente no es nada fácil.

Vas a dudar, vas a pensar, vas a decidir y a arrepentirte en el mismo minuto tantas veces (tantas en el día) que sabés que no es fácil. Vas a pensar que es importante y después vas a creer que no, aunque sí lo sea, porque no es fácil. Animarse no es fácil.

Mientras la moneda giraba en la ciudad (o cuando nadie quiere escuchar sus pasos)

Giraba y giraba sobre su eje silbando una melodía que aún no había sido escrita; entre las nubes, una luna que casi no quería ser. Pasaba desapercibida entre los pasos de la gente pero la moneda no paraba de girar sobre aquella vereda, en la ciudad, fría. Haciendo malabares entre los zapatos apurados de las personas que la perdían de vista al pasar, la moneda giraba minuiciosamente, casi en silencio. Era invierno y la ciudad estaba fría, demasiado oscura; la gente se apuraba para llegar a no se sabe dónde y mientras tanto, invisible, la moneda seguía girando en cualquier esquina de una ciudad que casi se abandonaba. Los bares, arrinconados por el olvido de transeúntes que ya no entraban a saludar, se dejaban ver vacíos entre cortinas y calles que nadie quería caminar.

Nadie quiere estar solo cuando la ciudad está fría. O mejor, nadie quiere estar solo en la ciudad. Harta de gente, invadida de jungla y tantas veces tan repleta de tanto (todo el tiempo), la ciudad se impregna de soledad a la más triste de todas las horas (a cada momento, todo el tiempo) y ahí es cuando nadie quiere estar solo; nadie quiere escuchar sus propios pasos, sus miedos, los amores, la traición de medianoche.

Era cualquier esquina o la esquina de siempre, esa en donde la luminaria fallaba de a ratos o donde los bares cerraban a las tres, la que arrastraba casi por obligación a aquellos, casi desinteresados, a encontrarse fuera de la aturdida multitud; nadie quiere estar solo cuando la ciudad está fría. El viento soplaba impasible, imperturable bailando entre bufandas, en el pelo despeinado de esos desprevenidos que olvidaban el invierno.

"Hablame de ella" le dijo sin titubear, tomándole la mano.

Le pidió que le hablara de ella como si fuera un pasatiempo más, como si no hiciera frío. Los ojos de él se perdieron en el vacío por un instante, eterno, que desapareció en los recuerdos de su sonrisa.

"Sus ojos te miraban como invitándote a soñar despierto todo el tiempo. Todo era aprender un lenguaje nuevo, estaba llena de risas y de misterio. Después todo eso fue transformándose en simples silencios, recuerdos que quizás no fueron". Mientras lo decía, mirando fijo la moneda que todavía giraba a la izquierda de su zapato, su sonrisa se perdió en la oscuridad de esas palabras.

"Yo buscaba todas las ocasiones para charlar de los (no) momentos y escribirte cartas, pero vos siempre tenías que ir con ella. Nunca entendí por qué" le dijo entre la nostalgia y la llovizna que empezaba a mojar su pelo. "Cartas que nunca te iba a dar", volvió a decir. "Supongo que sólo era mi forma de mostrarte que te quería, aunque no pudieras saberlo".

"Sí, lo sabía pero ella... me llenó de (no) momentos que hoy ya no puedo sostener pero que en ese entonces... creo que eran sus ojos". Le contestó casi con lástima, casi arrepentido, sin extrañarla. Ahora sabía que todo lo había construido en su mente porque nadie quiere estar solo en la ciudad, aunque no esté fría. Los laberintos de cemento te llevan casi al delirio sin una cama en donde dormir abrazado, aunque sea a ilusiones, a (no) momentos llenos de ansiedad. "El miedo nos hace cometer locuras, vos sabrás. Yo estaba aterrado y pensar en vivir sin ella me hacía cada vez más inútil. Ahora ya no sé cómo volver atrás, son demasiadas baldosas las que caminé".

La traición se hace más oscura pasada la medianoche, cuando uno se quedó solo en su cocina mirando los minutos pasar. Azabache, vuelve para esconderse tras el perdón y las excusas que ya nadie compra (que ya nadie debería comprar). Vuelve para reirse de él con lágrimas de risa en los ojos y llenarlo de una memoria que ya no va a volver a funcionar porque los momentos ya no serán y el resto será ficción. Vuelve porque para irse hay que haber estado en algún momento, uno real (este sí). Entonces la traición se hace amiga del miedo y nadie quiere estar solo en la ciudad, nadie quiere escucharlos en sus pasos porque esa es ahora la única realidad.

"¿Seguís escribiéndome cartas?". Se detuvo y la miró casi esperanzado.

"Ya no, aunque de a ratos pienso en hacerlo. Después me acuerdo de ella, que nos rompió el corazón un poco a los dos, y ya no tengo ganas. Yo también caminé demasiadas baldosas". Se miraron sabiendo qué decirse pero sin hacerlo, congelados en la ventisca y el desamor de tiempos difíciles. Se está tanto más solo en la ciudad caminando de las manos que mirándose fijo, y nadie quiere estar solo.

La moneda seguía girando, ahora al compás de ese silencio que dolía casi tanto como el frío. La ciudad empezaba a amanecer sin ganas, como si borrarse fuera más fácil para todos. Aunque todavía había calles sin caminar y muchas de las luces jamás habían prendido, muchas otras ya eran baldosas que jamás volverían a desandarse. Llenas de miedos, llenas de momentos reales o de lágrimas que eran traición, las calles ya no estaban en silencio.

Giraba cada vez más lento, casi sin sentirlo, una moneda cualquiera a la izquierda de unos zapatos angustiados cualquiera, en una esquina cualquiera. Despertaba la ciudad entre la bruma de madrugada y los pasos apurados chocaban los zapatos angustiados, tocaban la moneda que ahora caía dorada en donde los bares cerraban a las tres. Ellos nunca dejaron de mirarse: nadie quiere estar solo en la ciudad, aunque no esté fría. En realidad, nadie quiere estar solo.

viernes, 26 de febrero de 2010

Son esos que no saben esperar.

Papeles inesperados son esos que te sorprenden mientras viajás en colectivo mirando por la ventana. Algunas veces son esos que estabas buscando y no llegan hasta muy entrada la madrugada; otras, son algunos pensamientos que, arrinconados entre tanto papelerío mental, no podemos ver.

"Papeles inesperados" también es un libro de Cortázar que recopila escritos inéditos encontrados en un cajón de su escritorio. Papeles inesperados son los que no te dejan dormir, los que quieren convertirse en tinta, los que buscan escapar de un cuaderno.

Papeles inesperados son esos que no saben esperar porque necesitan empezar a ser. Te piden un teclado o una lapicera estés donde estés. Te piden un cuaderno o una servilleta porque necesitan salir al mundo, devorarse las palabras y multiplicarse en letras. Te piden ser verso y prosa, rima y punto a parte. Los papeles inesperados te piden ser porque, desesperados, son esos que no saben esperar.

Papeles inesperados son los que quieren escapar a toda cárcel, a los prejuicios del mundo. Son la ansiedad del que escribe y la curiosidad del que lee. Los papeles inesperados son el asombro y el suspenso de no saber qué esperar cuando llegan a tus manos. Inesperados, impredecibles, son el alivio de los que no sabemos esperar.