lunes, 25 de febrero de 2013

Me quedo hasta que pase el temporal

Amagaba la lluvia desde temprano pero recién ahora empezaba caer. El equipo perdía y no pintaba bien; le dije a mi amiga que se conformara con el uno iguales, quizás acostumbrada a tantos domingos sin sol. Sin embargo, la luna lo vio venir y se acomodó tranquila sobre la San Martín, como plateísta exigente que es, porque ella tampoco se lo quería perder. Brillaba como si fuera el sol, aunque mucho más hermosa; mucho menos pretenciosa. La luna avisó y la lluvia que no fue le cedió el lugar a un grito de gol que se perdió en la inmensidad. El fervor popular se hizo eco en cada rincón de esa casona de barrio pintada de rojo y blanco, y ante la mirada extasiada de miles de creyentes, casi sin darnos cuenta, llegó el desahogo de sabernos vencedores aun en contra de las agujas del reloj. Nadie hubiera imaginado jamás un desenlace tal pero aquella luna, tan sabia y tan majestuosa, se anunció ante todos venciendo al temporal.

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