jueves, 12 de agosto de 2010

Casi de día

No era difícil perderse en esos ojos; no era difícil perderse en ese vaso tampoco. Sus ojos y sus manos, indistintamente, buscaban el vaso; inconscientemente se buscaban las manos.

No era difícil perderse en ese vaso, era tarde y a ninguno le importaba perderse un poco. Podía ser el efecto de tanto vaso que iba y venía o del calor del mar en esa madrugada de enero pero era el efecto de todo, eran las ganas de cualquier cosa, de las manos. Los ojos se buscaban casi tanto como su manos y el vaso servía de excusa; las manos casi tanto como sus ojos, el vaso que iba y venía. Él un poco perdido; ella un poco mareada, casi sin quererlo, casi sin saberlo, y los ojos cerrados, se dejaron caer en el sillón. El mundo iba demasiado lento o demasiado rápido casi sin importar pero, como si fuesen los únicos que quedaban en él, todo fue silencio para poder abrir los ojos. Era tarde, se habían ido todos y el mundo fue silencio; todavía se buscaban las manos y más sin entender que entendiendo, en ese mundo que no era de ellos pero era silencio, se acercaron y él la besó.

Fueron los primeros de mucho minutos eternos, silenciosos, casi sin existir; casi sin entender. La llevó por las escaleras, las manos se encontraban y aunque ella no supiera si debía, lo dejó llevarla. No podían verse pero casi girando, casi de a poco, casi de día, lograron encontrar su cama; sentados, se abrazaron y los besos que siempre serían color naranja esa noche sólo eran de un mundo en silencio, de un vaso que había ido y venido demasiadas veces (tantas como para que él le pidiera que no se arrepienta al otro día, no las suficientes como para que ella supiera que no iba a hacerlo).

2009, algún día de enero, cerca del mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario