miércoles, 3 de marzo de 2010

Sobre esperar (y que las horas no se hacen, los minutos que son días)

Y ahí cuando doblaba la esquina, parecía alejarse de todo aquello o sólo de eso. Se alejaba de ese tiempo y esa persona que alguna vez había sido o de esa otra persona que una vez había querido. Esa esquina. Cuando caminaba en otra dirección podía darse cuenta que todo iba cambiando y que quizás, y solo quizás si, podría dejarse llevar por eso y asumirlo. Asumirlo más allá de todo y de todos. Caminaba sólo por el placer de caminar y así se daba cuenta de eso.

No era como si alguna vez hubiera estado ahí, caminando así dando esos pasos; las baldosas que miraba decían otra cosa, que mientras chocaba con la gente que venía de frente entendía lo absorta que estaba en esos pensamientos y ahí darse cuenta de cuán importante eso era. Después no estaba tan segura del todo, pero sabía que si había estado pensando de esa manera por algo era, y zas, ahí volvía a comprender que sí. Que sí eso, que era importante, y que como toda cosa importante, y más aún estas cosas, hay que esperar y sufrir. O al menos no sufrir, pero esperar (como si el esperar no fuera sufrir para algunas personas).

No es ese tipo de sufrimiento con lágrimas y sangre sino más bien de gotas de sudor, de estar sentando moviendo un pie, agitado, contando los minutos que son días y mirando el reloj; ese reloj, esos minutos encerrados en agujas. Las que se transforman en gotas de sudor, ahí te pasás la mano por la frente y uf, el calor. Pero los minutos no pasan, porque son días, y no se hacen horas, no se hacen. Ahí están. Entonces te detenés. Volvés a doblar la esquina, pensás qué pasaría si pudieras revertir los pasos que acabás de dar. Volver para atrás, volver, pisar otra baldosa, la de antes, pensar, sufrir. Y gotas de sudor, mover el pie sin pensar, es una reacción más, otra más y mirar las agujas de un reloj que ahí está.

Cuando llegaste y me miraste, y todo se hizo desastre, ahí. Con una sola vez que me hayas mirado me di cuenta que no podía caminar para atrás esas baldosas. Los pasos que di ahí estaban, y estabas vos mirándome, cómplice, sin saber que andabas baldosas que jamás volverían a desandarse; jamás por un reloj que ahí está, omnipresente y que aunque los minutos son días, no vuelven.

Y estás vos, vos. Mirándome, cómplice de vuelta, te reís. Y todo se hace desastre, y eso, y los minutos, y pensar y sufrir, mirarme. Por eso cuando doblé la esquina entendí que me alejaba de muchas cosas y muchos quiénes, pero ahí estabas vos, que de una forma u otra hacías todo un desastre pero ahí estabas, mirándome, mirando el reloj.

04/02/09

2 comentarios:

  1. Es la primera vez que entro acá y la verdad me parecieron muy buenos tus escritos

    saludos

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  2. Epa...me has sorprendido.
    Me gusta lo que escribís Vic.

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