miércoles, 10 de marzo de 2010

Noche de paz

Cuando miré de vuelta mi mano sólo encontré marcas de lo que había sido, aparentemente, una noche difícil. Debo haberme caído sobre una botella rota mientras intentaba dejar atrás mis sombras: los vidrios todavía podían verse entre las cicatrices frescas en la palma de mi mano izquierda y tenía los codos llenos de raspones, como si con ellos hubiera aterrizado sobre el asfalto mojado cerca de aquel río.
Tengo la cabeza en otra parte y no lo puedo disimular. Busco desesperadamente un lugar en donde pueda sentarme a respirar, mi corazón late acelerado y los ojos no me paran de llorar. Intento casi con violencia limpiarme la sangre de las manos en el pasto; tengo demasiada. El cuerpo de Luque todavía debe estar entre las piedras del río, seguramente nadie lo encontró aún y yo, aunque tengo la cabeza en otra parte, todavía tengo el corazón ahí.
No sé si quise matarlo pero él me agarró tan fuerte que tuve que empujarlo para que me soltara. Yo buscaba defenderme, no me dejó opción. Cuando llegue la policía voy a poder decirles eso: nadie puede culpar a otro por querer escapar de su propio infierno, uno que Luque había inventado. Si esa noche no me iba de casa, él me iba a matar a mí.

Ahora mi cabeza está tranquila y mi corazón conmigo. El juez no creyó que yo buscara defenderme pero por lo menos ahora puedo dormir en paz.

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