Amanecía calurosa
la ciudad entre torres espejadas y un cielo sin luz cuando los primeros
murmullos de jóvenes con sueños de revolución empezaban a surgir entre las
casitas improvisadas que, aunque por un rato, fueron como su hogar. Hierve el agua para el mate, viene y va,
arranca a pensar, “Che, Juan, ayudame a desarmar acá”. Hizo frío la noche
anterior pero ya nadie usa campera, los pañuelos incomodan y las cosas empiezan
a amontonarse para poder avanzar. Asoma el mediodía y una multitud se torna
ineludible, se acerca. Con el sol que pega en la espalda y mil noches a
cuestas, vienen a luchar. El cemento viste de rojo y se parece al infierno; casi en llamas, se alza entre nosotros flameando ideales de igualdad. “Pasa a contarme de la hazaña, la de su cara
en el cartel, pues le envanece las entrañas no haber consentido al poder”. Una
música implacable, casi de rito, te invita a cantar y a pesar de la inquietud
no hizo falta un capitán porque, poco a poco, todo empezó a ponerse en su
lugar. Mira al cielo y no ve las
estrellas aunque sabe que siempre están; bajo sus pies todavía arde el infierno,
toma agua, viene y va. Los tambores suenan incesantes, no dan tregua porque
algo va a empezar; equivocados están los que creen que se trata de un final. Ahí adentro, en la caja de maldad, los que dictan y limitan
se hacen esperar pero hoy su lucha es la nuestra y ningún infierno nos va a
quemar.
19 de
abril de 2013
Mariano está presente.