martes, 23 de agosto de 2011

Oscuridad interrumpida

Se detuvo en seco en medio de la habitación oscura y miró a su alrededor. Había dado tantas vueltas que ya no se encontraba, que ya no se miraba, aunque sólo quisiera un poco de luz. El interruptor parecía tan lejano que no tuvo el coraje para estirar su mano y buscarlo, simplemente se sentó sobre la alfombra gastada y lloró. Lloró porque se sentía perdida y lloró por ese interruptor que, sentía, nunca iba a encontrar.
Es tan difícil la ciudad cuando no nos vemos y lo es tanto más en la oscuridad que cualquiera se sentaría solo a llorar, sin pensar demasiado, pero simplemente llorar. Sus miedos eran tan fuertes a veces que llorar era la única manera que conocía para que no se apoderan de todo lo que era. Quizás no era el miedo a encontrar el interruptor sino a todo lo que ello significaba. ¿Qué pasaría cuando prendiera la luz? ¿Qué pasaría si en ese momento no le gustaba lo que veía? ¿Es posible olvidarse de esa imagen, volver atrás, sumergirse nuevamente en la oscuridad y negar lo que se vivió? Creía que no y por eso el miedo.
Sentía las lágrimas correr por su cara. Hasta su nariz, ligeramente respingada y típicamente helada, estaba caliente y podía sentir las lágrimas frías dibujando senderos sobre su piel. Era un llanto angustiado, silencioso, de esos que nadie parece notar. Era casi como si no estuviera llorando, aunque le parecía que lo había estado haciendo toda la vida. La tristeza del momento era innegable. El miedo y la tristeza siempre fueron buenos compañeros de guerra. El miedo era tangible. Poco a poco las lágrimas fueron secándose en los senderos que habían dibujado. El miedo seguía ahí pero ya no lo podías ver porque las lágrimas no estaban.
Todavía sentada, las manos en la cara y temblando, supo que debía estirar su mano y buscar el interruptor. No quiso caminar demasiado en la habitación porque estaba oscuro y en cualquier momento uno puede caerse quizás golpearse el dedo chiquito del pie con una cama y ahí arrepentirse de haber intentado buscar el interruptor, así que se quedó parada en el mismo lugar en el que se había sentado. Pensó que si finalmente encontraba el interruptor, aunque no le gustase lo que viera después, siempre podía volver a apagarlo y sentarse a llorar.
Esta vez ya no pensó en los espejos que la esperaban en la profunda oscuridad ni en lo perdida que se sentía. No pensó en cómo desandar las baldosas que había caminado. Volvió a mirar a su alrededor y tomó el coraje que antes había escondido en tras su orgullo durante tanto tiempo. Quiso mirarse las manos antes de hacerlo pero la oscuridad no se lo permitió. Estiró el brazo hasta la pared pero no lo encontró. Buscó en toda la pared, buscó en el suelo y hasta dentro de los cajones pero el interruptor no estaba. Todo eso que tanto había temido en realidad no estaba ahí pero, justo cuando creía volver a llorar, lo vio. Abrió los ojos y lo vio. Ahí estaba, el espejo y toda esa luz.
No era un interruptor pero podría haberlo sido. Es tan difícil la ciudad cuando no nos vemos y lo es tanto más en la oscuridad que sólo bastaba abrir los ojos para verse y encontrar.

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